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De rostros y relatos

Tras conocer el asesinato del pequeño Gabriel, me vino a la mente una conversación que mantuve hace años con Fermín, un policía local de que solía tomar café en El Capri. Lector infatigable de El Caso, sabía muchísimo de criminología. Tanto que algunos medios tiraban de él, para que diera su opinión acerca de los sucesos del momento. Nos hablaba, a Peter y a mí, del asesino de la catana, la parricida de Santomera, las niñas de Alcàsser, la masacre de Puerto Hurraco, y de un sinfín de crímenes que han escrito la crónica negra de este país. Mientras el hombre sea imperfecto, nos decía, nunca existirá el crimen perfecto. Al final, tarde o temprano, todos los cadáveres flotan; solo hace falta la pericia del investigador para aflorar lo que la verdad esconde. Una pericia que será, más o menos laboriosa, en función de la capacidad intelectual del asesino.

La cara, dicen los psiquiatras, es el espejo del alma; tanto que los buenos actores son capaces de conectar rostro y pensamiento. Así las cosas, creerse la propia mentira es condición necesaria para que nuestra cara forme parte de la coartada. El relato que hay detrás de cada uno de nosotros, es el responsable de nuestro rostro social. Un rostro que se va construyendo a través del discurso que creamos en los demás. Así las cosas, sabemos que los tigres y leones son agresivos por el relato que los envuelve. Si nadie – ni la familia, ni la escuela, ni los medios – nos hubiese dicho que tales animales son peligrosos; quizá no nos pondríamos nerviosos cuando los vemos de cerca. Lo mismo ocurre con las personas. Las personas, a priori, no sabemos si son envidiosas, celosas, neuróticas o asesinas. Solo les ponemos tales etiquetas cuando el relato, el “boca-oído” sobre las mismas, nos advierte del pie que cojean. Por ello, cuando el crimen salta a los medios, la cara del vecino se convierte en el rostro del asesino.

A diferencia del león o del tigre, que todos sabemos que son animales salvajes, las personas son invisibles en la jungla de los humanos. Decía un viejo conocido, y cuánta razón tenía, que al ser humano nunca se termina de conocerlo. Las personas tienen tantas caras – tantas aristas – como relatos hay en torno a ellas. Ante esta incertidumbre, de no saber a ciencia cierta con quien nos cruzamos en nuestras vida, resulta imprescindible que leamos más allá del lenguaje. El lenguaje, como sabemos, es una herramienta necesaria pero insuficiente para reflejar el pensamiento. Necesaria, como les digo, porque a través de las palabras decimos lo que pensamos. Insuficiente, porque no todo lo que decimos es fiel al pensamiento. Solamente la cara es el espejo del mundo interior. A través de millones de expresiones, el rostro refleja la envidia, el miedo, la ira, los celos, la alegría, la tristeza, la ansiedad y un sinfín de emociones. Solamente quienes saben leer la letra pequeña – quienes tienen la sensibilidad necesaria para interpretar los interlineados del rostro -, entienden al ser humano.

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3 COMENTARIOS

  1. Acertado artículo, según mi criterio, sobre los múltiples rincones amagados en nuestra personalidad. Solo un inciso, que por deformación filosófica me cuesta obviar: precisaria que el pensamiento es lenguaje ,y no éste último una mera herramienta de expresión. Gracias a la capacidad simbólica elaboramos conceptos que son lenguaje con los que organizamos el mundo. Y, en relación a tu artículo, claramente desarrollamos nuestros rostros sociales. Si disociamos el pensar del lenguaje, no nos quedaría más que una mente en blanco sin contenido posible. disculpa mi incursión.

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  2. Toda una reflexión …

    Saludos

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  3. Gran reflexión. Sirva para que descanse en paz

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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