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Los párrafos de ETA

En el silencio del cementerio, las canas de Iñigo se entremezclan con la mirada gris de crisantemos, siemprevivas y astromelias. En la tumba de Los Martínez yacen los restos de Iñaki, su hijo de treinta y pocos, que fue asesinado por los caprichos de ETA. Desde aquel fatídico día, la vida de este señor, de las tripas donostiarras, transcurre entre infusiones de tila y noches en vela. La pérdida de un hijo, le decía a la suegra de Francisca, no entiende de olvidos ni perdones. La calma de su voz inunda de gritos el cáncer de su corazón. Un cáncer que le recuerda cada noche el cadáver que los asesinos portan en su olvido. Así las cosas, el final del gatillo no cura el escozor de las heridas cuando llega la primavera. En la mesa del salón, los ojos de Iñaki miran con recelo a los prados de la vida. Cada día, Iñigo charla con él; le pregunta por la luna, por el sol y las estrellas. Le pregunta por qué estaba ahí el día de la metralla.

Las sombras de paz, que decíamos ayer, no son suficientes para calmar el olor a veneno, que oyen las víctimas cuando toman el sol en las terrazas de verano. Hoy, el final del final no es más que un sinónimo de tranquilidad. Una tranquilidad necesaria, pero insuficiente, para que los vascos vivan sin la amenaza perenne de secuestros, extorsiones y tiros en la nuca. Hoy, más que ayer, el anuncio de la serpiente no puede borrar, de un plumazo, el olor a crisantemos que desprenden las calles del recuerdo. La vuelta de ETA al discurso cotidiano abre las heridas de quienes, como Iñigo, luchan como espartanos contra el dolor que subyace en el interior de sus castillos. Desde la crítica no podemos aplaudir a quienes dicen adiós, sin el perdón por en medio. No podemos rendirnos ante quienes hablan de conflicto con la huella del gatillo. Gracias a ellos, a los malos del entierro, el País Vasco ha sido la tierra temida por miles de españoles. Tierra de riesgo para quienes, sin comerlo ni beberlo, han vivido más de medio siglo con mordazas en la boca.

El olor a crisantemos invade los recuerdos de casi un millar de víctimas, cuyos familiares y conocidos fueron asesinados por los caprichos de ETA. Las manos blancas del ayer no deberían bajarse ante la rendición de sus verdugos. El secuestro de Lara, la muerte de Miguel Ángel Blanco y todos los asesinatos perpetrados por la banda; son motivos suficientes para que el dolor social eclipse la propaganda de los malvados. En días como hoy, los políticos hablan de la victoria del Estado de Derecho contra los cócteles y las pistolas. Hoy, las palabras de Rajoy han olvidado las negociaciones de Zapatero con la sinrazón de las capuchas. Negociaciones que fueron el principio del fin del hacha y la serpiente. La historia de España no puede ser aprendida sin los párrafos de ETA. Párrafos necesarios, claro que sí, para que las generaciones venideras entiendan el sinsentido de hacer política con el uso de pistolas. El cadáver del verdugo solo puede ser llorado por sus amigos y conocidos. Amigos que en su día defendieron la cuestión nacionalista por la vía de las armas. Así las cosas, el final de ETA, por ética histórica, no debería ser recordado como la Rendición de Breda.

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2 COMENTARIOS

  1. Juan José

     /  4 mayo, 2018

    La ETA se ha rendido porque no consiguió ni uno de sus objetivos. Recordemos a sus víctimas y apliquemos la damnatio memoriae a los asesinos. No merecen nuestros recuerdos.

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  2. Muy interesante …

    Saludos
    Mark de Zabaleta

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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