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Las migajas de Montoro

Las zanahorias de Montoro no han acallado a los pensionistas de Rajoy. Con el grito unánime: "hay que echar al Partido Popular", miles de "mayores" claman por la dignidad de su descanso tras su vida laboral. El envejecimiento de los españoles, en palabras del letrado, no justifica el recorte de pensiones. En días como hoy, la tercera edad llora el empobrecimiento de su figura ante la Fuente de Cibeles. El sistema de bienestar mediterráneo se distingue por la polarización de sus prestaciones, el bajo interés por la pobreza infantil, la inserción sociolaboral de los jóvenes y el cuidado de los niños. Estamos, como diría Jacinto si me leyera, ante un sistema de pensiones, que reproduce los sesgos sistémicos del mercado laboral. Un mercado dividido entre "outsiders" – trabajadores fijos y bien remunerados – e "insiders" – trabajadores temporales y mal pagados". Esta dualidad entre cuellos blancos y azules es el veneno que subyace en el tallo del marxismo cotidiano.

El problema de las pensiones, aparte de la cuestión aritmética, no es otro que la determinación estructural del mercado laboral. Mientras los trabajadores de primera, – aquellos que cuentan con contratos indefinidos y se ubican en los cuadros medios de las empresas -, disfrutan de pensiones generosas, acordes con su vida laboral; los trabajadores de segunda – aquellos que se sitúan en las cloacas del precariado – cuentan con prestaciones próximas a los umbrales de pobreza. Es precisamente esta desigualdad sistémica entre unos y otros; la que pone en evidencia la fragmentación del pensionismo. El retraso de la edad de jubilación a los 67 años fue una condición necesaria, pero no suficiente, para enderezar la supuesta insostenibilidad de las pensiones. Mientras no arreglemos las grietas de los cimientos, no desperecerán los desperfectos del tejado. Para ello, para conseguir "pensiones dignas" se necesita la implicación de los agentes sociales y el esfuerzo ciudadano. Hace falta una Huelga General que diga "basta ya" al precariado laboral del Partido Popular. No olvidemos que el crecimiento del empleo, en condiciones de precariedad, es comida para hoy y hambre para mañana.

Nuestro sistema de pensiones desembocará, tarde o temprano, en el sistema liberal de Estados Unidos. Un sistema de corte asistencial, donde los cuasimercados y el principio de elegibilidad fundamentan su sentido. Desde que comenzó la crisis económica, el desmantelamiento del Estado del Bienestar ha tambaleado los cimientos del Suarismo. Gracias al familiarismo – al "colchón" y la solidaridad familiar -, la Hispania de Rajoy está a años luz de los mendigos de Nueva York. Si no fuera por la solidaridad intergeneracional, la España del ahora sería – otra vez – el país que lloró las penurias del franquismo. Desde la crítica deberíamos reivindicar una mirada hacia el modelo escandinavo. Un modelo basado en la universalidad, generosidad y calidad de la acción protectora. Este modelo, de corte socialdemócrata, se sostiene gracias a la losa de los impuestos. El envejecimiento de nuestra población, la delgadez de la población activa y la dualidad del mercado de trabajo condenan a los pensionistas a hacer malabarismos para llegar a fin de mes. Aunque la medida sea impopular; aunque los partidos no intenten ponerle el cascabel al gato; la subida impositiva es la única vía para que las pensiones asciendan al rango que se merecen.

Otra medida, buena para los mercados y cómoda para los políticos, consiste en derivar al ciudadano hacia planes de pensiones. La combinación entre sistema de reparto y capitalización privada sería posible, si el salario mínimo subiera más allá de la barrera psicológica del mileurismo. Con hipotecas de trescientos euros de media, a treinta años a la vista; letras de coche; cesta de la compra; vestido y un sinfín de gastos imprevistos es irresponsable, por parte de Rajoy, incitar a los plebeyos a ahorrar como nobles para el día de mañana. Ante esta imposibilidad material, ante esta desfachatez política de pedir peras al olmo; el tejido sindical debería actuar de inmediato. Hay motivos, más que suficientes, para vehicular una Huelga General. Una huelga para que el crecimiento económico repercuta en el bienestar de los trabajadores. Hace falta que la contratación no sea solo una cuestión cuantitativa sino cualitativa; que las categorías profesionales esculpidas en los contratos se correspondan con las funciones desempeñadas en los puestos de trabajo y, que las horas del papel sean las mismas que se cuecen en las máquinas de las empresas. Hace falta que se le ponga fin a la brecha salarial entre hombres y mujeres. Y hace falta, mucha falta, que los sindicatos se muevan como liebres para que se produzca una contrarreforma laboral. Si no se hace, si se sigue de brazos cruzados, el pensionismo de este país no tendrá otra que conformarse con las migajas de Montoro.

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1 COMENTARIO

  1. Realmente interesante …

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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