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El síndrome de Diógenes

Aunque don Juan Carlos dijera que la ley es igual para todos; lo cierto y verdad, es que el dinero y las oportunidades van cogidos de la mano. Mientras las clases pudientes disponen de poder adquisitivo para elegir las mejores escuelas y hospitales, las caras marrones del capital solo disponen de la espera y la agonía ante un Estado del Bienestar desmantelado. La igualdad que proclama, a bombo y platillo, el artículo 14 de la Constitución Española no se corresponde con los prados de su praxis. Si Cristina Cifuentes no hubiese sido delegada del Gobierno, otro gallo hubiera cantado en los corrales del paraninfo. Es precisamente el poder de su figura, el que mancha de vergüenza a la élite de los libros. Desde que se conoció el escándalo por los escribas de Ignacio, el prestigio de la universidad ha caído por los suelos. En días como hoy, las sombras del clientelismo han vislumbrado las siluetas del cortijo. Un cortijo de políticos indecentes, que tejen sus curriculums con las agujas de la mentira.

Mientras la familia de Pepito, por poner algún ejemplo, hace malabarismos para que su hijo sea alguien de provecho el día de mañana; otros, sin embargo – por su condición de políticos – consiguen llegar a la meta sin el sudor de sus frentes. Es precisamente, este doble rasero de medir a los alumnos, el que tira por la borda el mérito y el esfuerzo que proclama la derecha. La misma derecha que tejió de forma unilateral la LOMCE, una ley basada en el darwinismo educativo y que hoy, varios años después de su vigencia, sigue en pie como el Coliseo de Roma. El poder universitario nunca debió flirtear con la desigualdad de los alumnos; una desigualdad que nos invade desde que las murallas cerraron las ciudades y nacieron los guerreros. Ante este desaguisado, las lecciones de Maquiavelo son puestas en valor por los discípulos de Mariano. Lecciones de ética política donde el fin justifica los medios sin importar sus efectos. Fines consistentes en la construcción del interés personal a costa de las oportunidades del sistema. Un sistema de pillos y granujas que nos recuerda, las verdades que dijo Quevedo a través de su Buscón. ¿Dónde está la decencia?, en la tumba; contestó la criada.

Ante este panorama de firmas falsificadas, exámenes invisibles y diplomas a la carta; se deben vehicular soluciones. Soluciones para evitar que España se ponga a la cabeza de los países más corruptos de Europa. Desde la crítica, deberíamos exigir una Ley de las Buenas Prácticas Políticas. No es de recibo que la dimisión de un político sea una decisión individual o una cuestión de partido. Por encima de los políticos y sus estructuras hace falta un instrumento legal, una barra de medir,  que imponga responsabilidades y sanciones a quienes, por la oportunidad de su cargo, vulneren las reglas de juego. Así las cosas, la regulación de la corrupción debería servir para que, señoras como Cifuentes y el director de su máster dejen sus sillas ante la ruborización por los hechos. Sin ley mediante, la ética política se convierte en algo relativo. Una ética alejada de los prismas kantianos, y desprovista, por tanto, de criterios universales. A día de hoy, el mareo de la perdiz sirve a las élites corroídas para ganar tiempo en las tablas del hemiciclo. Si nadie dimite, si nadie rinde cuentas al pueblo por todo lo sucedido; Hispania se convertirá, tarde o temprano, en una casa de prostitutas infectada por el síndrome de Diógenes.

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2 COMENTARIOS

  1. Muy interesante …

    Saludos
    Mark de Zabaleta

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  2. EnriquePerez

     /  17 abril, 2018

    De la A a la z -suscribo todo-, especialmente la regulación por ley de la dimisión de los politicos sorprendidos con el carrito del helado.

    Enrique Pérez

    Responder

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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