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Nuevos bares

Tengo que reconocer que cada día me gustan menos las redes sociales. Hace cinco años, cuando comencé con el blog, me obsesioné con Facebook. Todas las noches, a eso de las diez, escribía un comentario sobre política y otros menesteres. Me agradaba, la verdad sea dicha, que la gente respondiera a mis palabras y compartiera con los suyos un trocito de mi locura. A los pocos meses, me di cuenta que eso que tanto me gustaba, se había convertido en un lastre para mi vida. Aquella escoba que barría como ninguna cuando era nueva, se había transformado en un cepillo de pelusa maloliente en un rincón de la galería. No necesitaba que nadie me aplaudiera para sentirme importante en un mundo de mendigos. A partir de entonces liberé esa cadena que oprimía mi voluntad, y decidí utilizar la red para compartir los artículos de mi blog.

Esta mañana he tomado café en El Capri. Necesitaba una dosis de cafeína para afrontar el hastío que me produce la soledad de mi despacho. Allí he visto una barra llena de esclavos; todos conectados a sus móviles; sin levantar la cabeza del WhastAapp, del Facebook, del Twitter y de toda la parafernalia de redes sociales. Todos hablando con sus máquinas, asentando con la cabeza, sonriendo e incluso frunciendo el ceño a las imágenes de la pantalla. Nadie, ni siquiera Paco, que antes hablaba hasta con las moscas del taburete, hoy se ha convertido en una monja de clausura desde que tiene amigos y amigas por Internet .Yo, que necesitaba hablar con alguien para romper la ansiedad de mi silencio, he sentido la soledad que sienten los forasteros cuando quieren dialogar y no conocen el idioma.

Es horrible que los bares hayan perdido el espíritu social de los ochenta. Bares llenos de humo, de griterío y de hombres depresivos en busca de una oreja para sentirse vivos. Los bares ya no son esos lugares de luces y sombras para susurrar palabras obscenas a las mujeres a deshoras. Hoy son el Facebook y el WhastApp, los bares que inundan las calles y avenidas de nuestras penas y alegrías. Gracias a estos artilugios, el tímido se vuelve extrovertido ante la seguridad que le otorga el poder de la pantalla. Las redes son un diálogo de sordos sin el sonido de los gestos; sin el calor de la mirada y sin el olor que desprenden las rubias cuando fuman marihuana. Las redes han asesinado la belleza del contexto. Ellas tienen parte de culpa del analfabetismo emocional que padecen miles de jóvenes, y no tan jóvenes, prisioneros de sus móviles, en la sociedad más libre que jamás haya existido.

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2 COMENTARIOS

  1. Vivíamos muy bien sin móviles ni internet…pero ya no tiene vuelta atrás !

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  2. Eso del «analfabetismo emocional» lo has clavado.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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