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Las urgencias de Rodríguez

El pasado día 1 de abril, leí un reportaje, en el suplemento "Vida & Artes" de El País, titulado: "el abuso de urgencias se paga". El texto, a dos páginas, versaba sobre la polémica suscitada por el presidente de la Organización Médica Colegial, don Juan José Rodríguez Sendín. Decía este "pez gordo" de las tripas sanitarias que: "pondría un pago por utilizar mal los servicios sanitarios, al igual que multan por ir por carretera cuando se pasa de 120 kilómetros por hora. Hay gente que va a urgencias no por miedo o porque esté preocupado, sino por saltarse la lista de espera, y así lo que se consigue es saturar los servicios de urgencias para quienes de verdad lo necesitan". También decía – pido disculpas por la extensión de la cita – que: "muchas cosas que se ven en urgencias podrían tratarse en primaria. El sistema hay que protegerlo con protocolos, y una parte de estos es que se pase por primaria antes". Si no he entendido mal a don Juan José Rodríguez, lo que ha querido decir con sus palabras es que se pague por consumir los servicios de urgencias hospitalarios cuando se "sospeche" que el paciente está haciendo un uso indebido de los mismos. Uso indebido consistente en acudir al hospital sin haber pasado antes por el médico de cabecera. Estas declaraciones se hicieron en el Foro de la Nueva Economía y en presencia de Ana Mato, ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.

Si  algún día esta medida se aplicara – no me extrañaría nada – probablemente yo – el que escribe – sería uno de sus principales infractores. Lo sería y les voy a decir el porqué. Hace unos meses, concretamente estas navidades, asistí a mi médico de cabecera por un dolor punzante en el pecho. Me dolía justo en el esternón. Tras el reconocimiento protocolario, el doctor me diagnóstico ERGE. Era la primera vez en mi vida que oía semejante tecnicismo. Cuando llegué a casa,  lo primero que hice fue teclear "ERGE" en el Google. Las siglas correspondían a:  "Enfermedad por Reflujo Gástrico Esofágico". La sintomatología que leí en Internet, la verdad sea dicha, estaba a "años luz" de la mía. A pesar de la desconfianza con el diagnóstico del facultativo seguí el tratamiento prescrito: Omeprazol y Levogastrol, durante dos semanas. Transcurridos quince días,  volví a a mi médico de cabecera. Tras un nuevo reconocimiento  – ¡donde dijo digo dijo Diego! – el ERGE que, supuestamente padecía, se había convertido en una "costocondritis". Volví a casa y, ni corto ni perezoso,  hice lo mismo que la vez anterior. Tecleé "cos-to-con-dri-tis" en el portátil y zas: "inflamación de los cartílagos que unen el esternón con las costillas". Después de otras dos semanas con el maldito dolor decidí "plantarme" en el hospital. Recuerdo que era un viernes. Llegué -llegamos, me acompañó mi mujer-,  a las ocho de la tarde y salí – salimos- a las tres de la madrugada. El diagnóstico: "gastritis aguda".

Lunes por la mañana volví a la consulta de mi médico de cabecera. Por la expresión de su cara, percibí que no le había sentado nada bien que hubiese acudido al hospital. Me dijo que: "mi médico era él y que no debía ir – se refería a mí – por ahí consumiendo servicios de urgencias y saltándome los protocolos de cabecera". También dijo que la "ciencia era un arte" y que ellos trabajaban con "suposiciones"; luego no compartía, en absoluto, el diagnostico hospitalario. Le dije que por favor me derivase a un traumatólogo o al especialista que estimase oportuno. Después de estar otras dos semanas tomando Ibuprofeno para la supuesta dolencia, decidió enviarme al "Internista". De eso han pasado cinco semanas y todavía estoy esperando que me llamen. Sigo con el dolor en el pecho; tomando antiinflamatorios y sin apenas mejoría. Si no me llaman pronto – por mucho que diga el señor don Rodríguez – volveré a urgencias del hospital; me saltaré los protocolos de cabecera, y lucharé hasta que solucionen mi problema. Seré un "infractor sanitario" – un caradura de lo público –  pero, ustedes, en mi lugar, qué harían: ¿esperarían meses y meses, con un dolor punzante en el pecho, para no alterar las larguísimas listas de espera o acudirían al hospital más cercano para aliviar su dolencia?

Son, precisamente, la lentitud de las listas de espera y  la burocratización ineficiente del sistema sanitario, las que invitan al paciente a acudir a los hospitales para que les solucionen sus dolores. La masificación de las urgencias no se puede reducir al sumatorio de casos como el mío; no. Hablar en esos términos es hacer demagogia para regalar los oídos a la ministra de turno. Las urgencias – querido Rodríguez – están masificadadas – entre otras razones – por la falta de médicos;  de recursos técnicos y, por qué no decirlo, por la derivación, desde hace dos años, de los "sin papeles" a los hospitales. Cuando estuve en el hospital, la inmensa mayoría de los que aguardaban en la cola eran extranjeros. No digo que fuesen "sin papeles", puesto que no les leí la cartilla pero, lo cierto y verdad, es que  eran inmigrantes; que libremente habían optado por ir al hospital, en lugar de a su médico de cabecera. Cobrar por acudir al hospital supondría un hachazo más al endémico Estado del Bienestar. Mientras Obama lucha contra la Tea Party para emular nuestro modelo de Seguridad Social; aquí, sin embargo, los tiros apuntan hacia una "americanización" de la sanidad, al más puro estilo "republicano" -neoliberal-. Con esta medida arreglaríamos un roto para crear un descosido. Por un lado habría menos gente en los hospitales – ¡chapeau por Rodríguez! – pero por otro "volverían – como dijo Gustavo – las oscuras  golondrinas/ en tu balcón sus nidos a colgar,/ y, otra vez, con el ala de sus cristales/ jugando llamarán/…". En suma, si ahora las listas van lentas como tortugas; con el "pago de urgencias", las listas se alargarán hasta el hastío. Una  vez más, unos pocos; los que más dinero tienen  pagarían el servicio de urgencias y podrían permitirse el lujo de no esperar eternamente la llamada del especialista. El Gobierno obtendría, por esa vía,  más dinero,  proveniente de los bolsillos de pacientes vip  y,  los mercados verían con buenos ojos la medida, por el éxodo de algunos pacientes hacia las arcas de lo privado. También, por qué no decirlo, subiría el precio del Paracetamol. Subiría por el incremento de su demanda. Los pacientes, desesperados por la lentitud de la llamada, recurrirían a él para calmar sus dolores. ¡Bravo por Rodríguez!

Desde que Rajoy empuñó el cetro de La Moncloa, la sanidad pública – la de todos – ha ido para atrás como los cangrejos de Torrevieja. Se han incrementado las listas de espera, las mismas que tanto criticó José María Aznar a Felipe González en los tiempos de Roldán; hay menos médicos en los hospitales, fruto del desmantelamiento del Estado del Bienestar; hay más enfermos en los pasillos, sobre todo en las tierras de Cospedal; se ha institucionalizado el "copago farmacéutico" o, mejor dicho, el "repago sanitario"; se ha incrementado el ratio médico – paciente. En fin, la calidad del servicio público sanitario ha disminuido considerablemente. A todo esto hemos de añadir una serie de factores de riesgo que agravan al problema: el envejecimiento de la población, producto de la vejez del baby boom de los sesenta; el aumento de casos oncológicos, sobre todo de mama y pulmón; el incremento de enfermedades neurodegenerativas; el aumento de la esperanza de la vida; el incremento de patologías psicológicas, depresión y ansiedad. También abundan los problemas de obesidad infantil; los infartos; los dolores articulares y, un sinfín de problemas sanitarios, producto de la sociedad moderna de nuestros días. Por todo ello, el Gobierno debería contratar más facultativos; construir más hospitales e,  invertir más en I+D. Seguir estas recomendaciones supondría incrementar el gasto público; aumentar, por tanto, el déficit y, ser vistos como derrochadores por los ojos de Merkel.

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1 COMENTARIO

  1. Cuesta abajo y sin frenos !

    Saludos
    Mark de Zabaleta

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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